Los universitarios franceses se han levantado en contra del contrato de primer empleo juvenil que ha presentado el Gobierno francés, en el que se permite el despido injustificado. A la protesta de los estudiantes se han sumado profesores e investigadores, los estudiantes de los institutos y los sindicatos, con lo que se prevee que la protesta alcance una dimensión importante en todo el país.
Son preocupantes las condiciones de acceso al primer trabajo de los universitarios. Hace poco me comentaba un recién licenciado en matemáticas que una importante empresa española ofrecía contratos de prácticas a matemáticos e ingenieros con unos sueldos más bajos que los de los repartidores de pizzas. No es que los repartidores de pizzas no tengan derecho a cobrar salarios dignos. Se trata simplemente de que los conocimientos exigidos a los matemáticos e ingenieros para acceder a esos contratos de prácticas no abundan en la sociedad, mientras que los conocimientos exigidos para repartir pizzas sí son abundantes.
Parece que los años pasados en la universidad para aprender complejas materias y superar difíciles exámenes no encuentran una compensación suficiente en la sociedad. Los universitarios franceses, y todos los que se oponen a este contrato, señalan que es el principio de la incertidumbre y la inseguridad laboral en todos los sectores. El primer ministro lo defiende como una salida frente a la temporalidad de los contratos. El hecho de no haberlo negociado con los sindicatos y de intentar imponerlo ha traído como consecuencia la radicalización de la protesta y su utilización en las luchas partidistas.
Se mira con preocupación cómo descienden las tasas de alumnos de ciencias en las universidades. No es de extrañar cuando ser científico no tiene una recompensa laboral y social adecuada. No hay seguridad ni perspectivas en la carrera científica, tal como denuncia la
Federación de Jóvenes Investigadores, y las promesas del Gobierno de Rodríguez Zapatero al respecto no se están cumpliendo. En el caso francés no se trata sólo de empleos como científicos, sino del empleo juvenil en general, pero que afecta a los estudiantes, universitarios o no, en la medida en que la mayoría de los jóvenes menores de 26 años son estudiantes o poseen alguna titulación.
La precariedad laboral es moneda corriente en España, que tiene las tasas más altas de contratos temporales de toda Europa. Mal vamos respecto a los compromisos de Lisboa de hacer de Europa la economía del conocimiento más competitiva del mundo, si el capital humano es remunerado de este modo. No es de extrañar que, como señaló un estudio reciente, los niños quieran ser futbolistas y famosos. Éstos encarnan el éxito y el prestigio social. El conocimiento científico está mal mirado y peor remunerado.