Reproduzco aquí las reflexiones de Juan Martínez, investigador del
EMBL de Heildelberg sobre la exportación de titulados, la fuga de cerebros, el
brain drop o la exportación de vocaciones como él prefiere llamarlas. Habla de Canarias, su tierra, muy especializada últimamente en echar fuera de las Islas, por falta de oportunidades, a sus titulados superiores de las más diversas disciplinas. Pero el fenómeno no es sólo canario. El programa Ramón y Cajal ha sido un intento de recuperar a los que se han dedicado a la investigación, que no son todos los que se han ido, pero de sus incertidumbres y escasez de perspectivas futuras son bastante explícitos los
Precarios.
Canarias y la exportación de vocaciones
Con un humor ciertamente tétrico, Augusto Monterroso escribía sobre lo mucho que habían contribuido las dictaduras hispanoamericanas del siglo XX al desarrollo de la cultura a nivel mundial. Explicaba, en su maravilloso ensayo “La Exportación de Cerebros” de qué forma un cerebro que realmente merece la pena o bien se va por su propia cuenta del país o bien lo echan a patadas. Y, en fin, llegado a este punto siempre se acaba invocando el ejemplo de Cortazar y lo que hubiera sido de su literatura sin la experiencia parisina. Yo añadiría que, para ser totalmente justos, también deberíamos preguntarnos sobre la suerte de tantos otros que igualmente fueron a París y sobre los cuales nunca más se supo. ¿Qué habrá sido de ellos?, me pregunto. ¿Qué fue de esas otras mentes quizás menos privilegiadas, o menos atentas, o peor aprovechadas?. Casi los imagino suspirando sus añoranzas a los atardeceres de los puentes del Sena.
Cuando se piensa en la fuga de cerebros también hay que considerar quien se beneficia con ello. Porque parece claro que, como dice Monterroso, “la historia muestra en buena medida que la fuga de determinado cerebro beneficia mayormente al país que lo deja marcharse que su permanencia en éste”. Y si no pensemos en algunos mascarones de proa del orgullo nacional o local que políticos oportunistas ofrendan a sus votantes como alternativa expiatoria al pan y circo nuestros de cada día. Cerebros caídos como maná del cielo, orondas y jugosas frutas para la hinchazón patria, que endulzan las conciencias y sacian sin engordar. Todo esto, claro esta, se aplica sólo a cerebros ilustres, a cerebros, digámoslo así, mayores. Lo que quedaría por explicar, sin embargo, es en que beneficia al país de origen la exportación de cerebros menores. ¿O es esta exportación acaso solamente beneficiosa para el cerebro mismo? Con el mismo sentido del humor que el guatemalteco supongo que en el caso de los cerebros menores al menos podríamos hablar de exportación de vocaciones.
Sobre nuestras hermosísimas islas Canarias han soplado desde siempre vientos hispanoamericanos. Será tal vez por este motivo, o quizás para compensar una proverbial carencia de otras materias primas, que Canarias exporta vocaciones incansablemente, casi se diría que con entusiasmo. En realidad es difícil entender cómo es que, en primer lugar, se crían dichas vocaciones en el páramo cultural de las Afortunadas. Se podría argumentar, sin embargo que, rica como es la tierra en oportunidades para el ocio y la contemplación, algunas almas más susceptibles, prendidas de la ensoñadora línea del horizonte atlántico, podrían albergar repentinamente deseos de cruzar el mar infinito y transformarse en torero, arpista cíngaro, huaso, trapecista, sota de bastos, explorador del Ártico, faro de las europas, Sumo Pontífice, taumaturgo de máxima audiencia, embajador de la seda, poeta, científico, y mil otras ocupaciones imposibles en las islas. El surgimiento de una nueva vocación, sea del tono que sea, se recibe a menudo con inquietud, especialmente entre los mas allegados. La madre de ojos acuosos que, preocupada, recurrirá a las comparaciones con el inevitable primo que estudió medicina. El padre que guardará obstinado silencio y para sí rumiará la desgracia de tener un hijo tonto de capirote. Una vez que no caben dudas sobre su calaña, el candidato a soñador es implacablemente estigmatizado con el certero epíteto local de ‘culoinquieto’.
Llegados a este punto, lo más probable es que renuncie a cargar contra molinos de viento y se pliegue al dulce abandono de lo cotidiano. Ocasionalmente, sin embargo, sea debido a las malas influencias, la connivencia con un alumbrado mentor, o la propia tozudez, culoinquieto persistirá en sus intenciones. Si es así, nunca faltarán las palabras de aliento y la conveniente patada en el culo que le proporcionen la inercia necesaria para abandonar la órbita insular. Con esto y con todo no podemos hablar aún de una vocación exportada. El camino de los sueños es largo y tortuoso y no se revela a tan corto plazo. Habrán de pasar aún años de penurias y aprendizaje hasta que nuestro cerebro menor pueda considerarse a sí mismo auténticamente proyectado, irradiado, fraguado, exportado, facturado, excretado o defecado, dependiendo del momento y de su estado de ánimo. Sobre lo que pasa después tan sólo caben especulaciones, puesto que ya entonces resulta delicado seguirle la pista al descarriado. Si la exportación de vocaciones es reversible o no es también una cuestión mercantil complicada, ya que una vez expedidas a precio de ganga al extranjero suelen aumentar considerablemente de coste dificultando la operación de regreso. Pero el regreso es un tema bien distinto que merece ser comentado en otra ocasión.
Juan Martínez
EMBL
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