El picudo rojo sigue su plaga imparable por las palmeras de Gran Canaria, que están irremediablemente condenadas a muerte, debido a las tardías medidas de protección que la Consejería de Agricultura del Gobierno de Canarias ha puesto en marcha, según informó tanto
La Provincia/DLP como
Canarias 7. Ha pasado ya por la Plaza de la Feria y por la plazoleta Farray y ha llegado al Parque de Santa Catalina, por lo que el Ayuntamiento ha tenido que empezar la tala. Adiós a las palmeras canarias, que están siendo sustituídas por palmeras reales hasta que pase la plaga.
Tanto la asociación ecologista
Ben Magec como la Asociación para la defensa de la Palmera Canaria Tajalague han criticado el descuido de las autoridades con este mortífero bicho que amenaza con extinguir las palmeras canarias tanto en Gran Canaria como en Fuerteventura. Sigue sin haber presupuesto para combatir la plaga, las consejerías de Agricultura y la de Medioambiente no se coordinan entre sí y se sigue improvisando. Mientras, el picudo rojo avanza implacablemente y sólo cabe talar las palmeras afectadas.
Lo curioso del caso es que la tala de estas palmeras se ha hecho con nocturnidad y secretismo, pues así lo ha ordenado el concejal del Ayuntamiento capitalino, Antonio Naranjo, del Partido Popular. Esta práctica es aún más peligrosa que el propio picudo rojo, pues es precisamente la publicidad lo que permite que la ciudadanía participe en la detección de la infección y, por ello, que aumenten las posibilidades de erradicar la plaga.
Tan mortíferos como el picudo rojo y el otro picudo que afecta a las plataneras es la plaga de picudos políticos que nos ha tocado sufrir esta legislatura. Es cierto que son legítimos gobernantes, pues han sido elegidos democráticamente por la ciudadanía. Pero están resultando tan nefastos y tan ineficaces que no podemos decir que hay algo que se haya hecho bien. Lo peor es que la supuesta oposición no parece mejor. Bien sea el PSC-PSOE que en estos momentos no se sabe si es oposición leal o leales socios, bien sea el PP que hasta el otro día era Gobierno y ahora es pataleta sin tino, el asunto es que no hay donde mirar para tener un poco de esperanza política.
La palmera canaria es más que nunca un símbolo de estas islas, antaño llamadas afortunadas sin que nunca hayamos sabido en qué consistió su fortuna. Los picudos rojos de la clase política están acabando con ellas: la sobreurbanización y la destrucción sistemática de la naturaleza, la crisis del turismo, la creciente pobreza y la desigualdad social, el malestar ciudadano y la falta de esperanza parecen ser el pan nuestro de cada día. Y nada de eso entra en el catálogo de enfermedades degenerativas curadas tan milagrosamente por los polvos de Meléndez.