Hace algo más de un año asistí al funeral de un compañero prematuramente fallecido a causa de una enfermedad. La asistencia fue masiva y había gente de todas las edades. El difunto no era creyente aunque ignoro si era ateo o agnóstico. Su madre y sus tías sí eran creyentes y le organizaron un funeral católico en la capilla del tanatorio, que estaba repleta de gente, tantos que no cabian en los bancos y mucha gente quedó de pie. Cuando el cura comenzó la misa, feliz al ver cuánta gente se había reunido a despedir al difunto, se encontró con que sólo la primera fila, que era la ocupada por los familiares, respondía a los diálogos de la misa. El cura se molestó, paró la misa y amonestó a los asistentes con muy malas palabras, por estar presentes en un rito católico sin compartir esas creencias. Hubo mucho malestar. Algunos abandonaron la capilla, pero la mayoría se quedó allí, más que nada en señal de protesta por los malos modales del cura y porque querían acompañar al muerto. De este modo, la misa transcurrió en un ambiente de tensión, agudizada cuando, poco antes del final, la compañera del difunto leyó unos poemas y unos textos de despedida pese a que el cura se opuso y exigió fiscalizar previamente su contenido, quizás por miedo a alguna irreverencia o simplemente porque consideraba que los allí reunidos eramos un "hatajo de ateos", pues ese fue uno de los muchos calificativos con los que obsequió a los asistentes. A la salida, mientras esperábamos la incineración, se comentó mucho el incidente, con la natural indignación, pero salió un tema que, desde entonces, es recurrente en este tipo de eventos: la ausencia de ritos funerarios laicos y el monopolio de facto de la Iglesia Católica en la despedida de los muertos.
Del mismo modo que no hay equivalentes laicos o civiles de los funerales, tampoco los hay de los bautizos, que son ritos sociales para presentar a la comunidad a un nuevo miembro. Sí que los hay en el caso del matrimonio, especialmente porque el divorcio y las segundas o terceras nupcias impiden una ceremonia religiosa que no es admitida por la Iglesia Católica, que sigue considerando indisoluble el matrimonio a menos que se paguen las exorbitantes cuotas del Tribunal de la Rota, que entonces no hay problema alguno para disolver lo indisoluble.
Viene todo esto a cuento porque leo hoy en
El País (aprovechemos que aún se pueden citar los contenidos de la prensa sin que ello sea ilegal, cosa que parece que está a punto de suceder) que "Los obispos presentan un nuevo plan para "evangelizar" España", que consiste en aprovechar al máximo la asistencia a los ritos de bodas, bautizos y funerales, que parecen ser las únicas ocasiones en las que muchos españoles acuden a las iglesias. Los obispos, entre otras cosas, achacan a la creciente secularización de la sociedad la falta de "clientela" que padecen. Yo discrepo con este diagnóstico, en tanto que me parece que más que secularización (con la consiguiente 'desmagificación' del mundo) lo que estamos viviendo es una transformación de lo sagrado. Hay una 'descristianización' o 'descatoliquización' (perdón por el palabro) porque lo sagrado se traslada a otros ámbitos antes profanos, como la naturaleza. Las creencias y actitudes religiosas se dirigen a otros aspectos de la sociedad y el cosmos, diferentes a los tradicionales de la religión católica.
Lo importante es la necesidad de que aparezcan alternativas civiles a los importantes ritos sociales del nacimiento y la muerte. Hace algún tiempo se armó un buen revuelo porque en Cataluña unos padres organizaron un "bautismo" civil para presentar a sus amigos y conocidos a su nuevo hijo. El problema, una vez más, fue el uso de la palabra 'bautismo', que designa un rito religioso específico. No lo llamemos bautismo. No se me ocurre una buena palabra, pero sí veo claramente la necesidad de buscar un equivalente laico para aquellos que no comparten las creencias católicas (ni de otras religiones, que también disponen de una ceremonia religiosa del bautismo) y quieren compartir socialmente la alegría de la llegada de un nuevo miembro a la comunidad. Lo mismo sucede con la despedida de los seres queridos.
En fin, que se necesita que haya algún emprendedor que monte una empresa de ritos funerarios civiles que nos permitan despedir a los no creyentes. Y necesitamos establecer ritos civiles que nos permitan agasajar a los nuevos miembros de la sociedad. Cuando existan y estén implantadas estas ceremonias en nuestra sociedad, quizás me empiece a creer la tan cacareada tesis de la secularización de la modernidad, aunque más bien pienso que tanto la muerte como el nacimiento seguirán siendo objetos sagrados (en el sentido durkheimiano del término) en todas las sociedades humanas. Pero que no sean objeto de monopolio exclusivo de una confesión religiosa y que ésta no se aproveche de su privilegio de mercado para hacer una campaña de propaganda.