Los Estados Unidos, siempre tan polémicos y tan de contrastes, han liderado el progresismo y la paridad en temas religiosos. La comunidad episcopaliana, rama estadounidense de la Iglesia Anglicana, lleva unos años conmoviendo a la anquilosada jerarquía de las religiones cristianas. Primero, eligiendo obispo a un homosexual, Gene Robinson. Ahora, eligiendo arzobispa a una mujer, la obispa de Nevada Katharine Jefferts Schori. El arzobispo de Canterbury, que no equivale al Papa porque en la Iglesia Anglicana no hay una jerarquía centralizada, sino que es más bien un lider moral, no parece muy feliz con la decisión. Los de Texas, siempre tan carcas, le van a hacer la guerra a la nueva arzobispa. Muchos temen que ésta sea la excusa para que haya un cisma en la Iglesia Anglicana.
Estamos en un mundo que está lejos de haberse desmagificado y desmitificado como había señalado Max Weber. Igualmente, está lejos de haberse secularizado y laicizado como señala la teoría sociológica de la modernización. Más bien, parece cada vez más sacralizado en todas sus manifestaciones. Cambia la naturaleza de lo sagrado, crecen nuevas formas de religiosidad y surgen nuevas religiones, pero el fenómeno religioso está en su apogeo. Aunque la Iglesia Católica en España ande sin muchos fieles en sus misas y queme todas sus naves en la batalla política como si se tratase de un partido más. Por ello, dada la importancia de los fenómenos religiosos en nuestras sociedades posmodernas, no cabe sino felicitar a los anglicanos episcopalianos por el nombramiento de la arzobispa. Siempre es bien recibido el hecho de que las organizaciones de toda índole reflejen la distribución de la población por sexos, que viene siendo en torno al 50%, si no median políticas y mentalidades misóginas y feminicidas como sucede en China e India
Ni en sueños esperamos que la Iglesia Católica haga una cosa similar. Para empezar, deberían dejar de condenar el sexo, entre sus fieles y entre sus jerarcas, y darle algún papel directivo en la organización a las mujeres. Vamos, quitarse un poco de caspa patriarcal.