Los consumidores de los "polvos de Meléndez" están de enhorabuena. Ha salido un revolucionario método para perder peso sin tener que restringir hidratos de carbono ni estar comprando a cada rato botes con los polvos. Se trata de las dietas religiosas, una idea
made in USA -cómo no- que llega a Europa y de la que habla hoy
El País. La cosa es convencerse de que la obesidad es un pecado y que mediante la oración podemos alcanzar no sólo la salvación eterna, sino una envidiable figura en este valle de lágrimas.
Ya no es cierto aquello de que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo. Ahora quien no entra en el cielo es el obeso o simplemente gordito, que codicia la comida en vez de amar a Dios. El rico, si estilizado, entra sin problemas en la gloria eterna.
La dieta consiste en ir a la iglesia de turno y hacer unos talleres en los que contar nuestras pecaminosas relaciones con el papeo. A partir de ahí, cada vez que nos entra la gazuza debemos rezar, leer la Biblia y escuchar las cintas de audio que nos vende el sacerdote. Transidos de espiritualidad, se nos pasa el hambre. Sólo hay que hacer una inversión inicial de unos 100 dólares para conocer el método y hacer las terapias grupales, y unos dólares más para las cintas, aunque también se pueden comprar joyas que nos recuerden constantemente que el pecado nos acecha en supermercados, restaurantes, bares, etc., es decir, por todas partes, porque Satán ya se sabe que no descansa. También disponen de otros productos de
merchandising que nos ayudan a mantener a raya al mal.
Lo siento por nuestro futuro nobel, pero éste es un método más cómodo y eficaz, además de más barato. Yo me he desayunado hoy dos rosarios y tres salves.