No me resisto a citar, reproducir y transliterar el comienzo de la columna de hoy de Alfonso González Jerez en
Diario de Avisos:
Tertuliano fue un fanático repugnante, como todos los denominados Padres de la Iglesia, aunque no llegó a los extremos de perturbación mental de Orígenes, un individuo que se castró para que las fiebres del pecado no enturbiaran su ilimitada capacidad de segregar memeces apologéticas. Por entonces los intelectuales del naciente catolicismo no se andaban con medias tintas, y Tertuliano, en su arrogante y estúpida ignorancia, calificaba a Aristóteles de miserable y proclamaba satisfecho: "Todas las herejías, en último término, tienen su origen en la filosofía". Un piropo que, por desgracia, la filosofía no siempre ha merecido. No carece, por lo tanto, de cierta justicia poética que la turbamulta que nos aturde diariamente en radios y televisiones sean llamados tertulianos: en la mayoría de los casos se descubren como lejanos aunque ágrafos discípulos del atorrante escritor africano.
Son una especie de todólogos, añado.