Cuando en 1975, en plena enfermedad del dictador y el miedo y la incertidumbre cabalgando por todo el país, se produjo la "marcha verde" que acabó echando a España del Sáhara Occidental, donde ejercía de potencia colonial (de poca potencia, por cierto). Recuerdo el impacto de esta medida en Canarias, especialmente en Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, con estrechas y muy antiguas relaciones con el Sáhara. Recuerdo también la vergüenza e indignación de los ejércitos españoles ante esa decisión, que dejó muy claro a la población española (que aún no era ciudadanía sino súbdita) cuáles eran las debilidades, prioridades y vergüenzas de la dictadura.
Después, la guerra, los atentados y los asesinatos injustificados de pescadores canarios en unas aguas que, de golpe, dejaron de ser el banco canario-sahariano de siempre, para pasar a ser aguas marroquíes, muy conflictivas y peligrosas. Canarias, especialmente las islas orientales, fueron muy activas en la defensa de la independencia del Sáhara. Por intereses, obviamente, pero también por lazos de simpatía, familiaridad y sentido de la justicia. Los saharauis tenían derecho a su nación y su estado, lo mismo que otros países descolonizados. Surgió así la RASD, el Polisario y una amplia red de apoyos internacionales a la causa de la nación saharaui.
Foto tomada de nosolofoto.com
Ha llovido bastante desde entonces, digan lo que digan los datos pluviométricos. A partir de Felipe González los gobiernos españoles dejaron de apoyar a los saharauis para hacer negocios con Marruecos y evitar otros contenciosos pendientes en el continente africano, como Ceuta y Melilla. Y Canarias, que nunca ha dejado de estar en los mapas alauítas.
La situación de los saharauis no ha hecho más que empeorar desde entonces. Han perdido apoyo y protagonismo, ayudas y esperanzas. Marruecos ofrece una tentadora autonomía que, como sucede con todas las soluciones intermedias, atrae a muchos, que lo ven como una solución transitoria de tregua y normalización, y provoca rechazos viscerales a otros por cuanto supone abandonar o retrasar la causa de la nación saharaui, de la RASD.
Y en medio de esto,
las detenciones, las torturas, la negación de derechos y la discriminación, las vejaciones. Y el abandono creciente de la población que lleva una generación sobreviviendo en campamentos con lo indispensable. Viviendo de la caridad internacional llamada solidaridad. Sin ver claro el futuro ni concebir esperanzas. Otro caso manifiesto de la inoperancia de la ONU y de la cada vez más urgente necesidad de una legalidad internacional con autoridad.